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Entrada del blog por Johnathan Renfro

Descubre Cómo Se Obtiene Y Cultiva la Trufa: Guía Completa

Descubre Cómo Se Obtiene Y Cultiva la Trufa: Guía Completa

Las trufas mágicas contienen los compuestos psicoactivos psilocibina y psilocina, que pueden dar lugar a intensas experiencias alucinógenas. La ambición de los Atridas, el furor de Aquiles, los alaridos de Áyax desesperado; guerreros del cielo y de la tierra cruzando las espadas en batallas estupendas, hacen temblar montes y mares, no son cosas de reír. Virgilio imita a Homero, el Tasso a Virgilio, Milton al Tasso: Cervantes no ha tenido hasta ahora quien le imite; con él los gigantes son pigmeos: la pirámide de Cheops verá siempre para abajo todos los monumentos que los hombres levanten a sus triunfos. El coturno eleva hasta las nubes: poeta que lo calza y sabe entenderse con él es un gigante: los gigantes no ríen: son fuertes, valientes, feroces, soberbios y terribles. Cargando la consideración sobre este punto, vemos que tan difícil nos parece atemperarnos a los toques de Virgilio como a los de Rafael: que sea pintado, que sea escrito, el poema es asunto de la inteligencia superior: cualquier artista es dueño de acometer la imitación de las obras maestras de la pintura; ningún poeta sería osado a mojar la pluma en presencia del Mantuano, sin incurrir en la reprobación o la mofa de sus semejantes.

Tío Pepe Puerta del Sol Madrid Hasta para comprenderle ha de ser uno hombre de genio, esto es, se ha de hallar provisto de la fuerza con que algunos miran hacia el mundo interno, y la eficacia con que se apoderan de esas preseas invisibles con las cuales naturaleza enriquece y adorna a sus hijos predilectos, David llena todos los números en orden al cuerpo de la pintura; es pintor maestro, acabado; mas cualquier otro, hábil en el manejo del pincel, pudiera trasladar sus obras a su propio lienzo: el que imite a Rafael nacerá cuando vuelva a levantarse de la tierra ese vapor milagroso que exhalaba el suelo de Roma en esos grandes tiempos en que el dios de las artes le encendía con su mirada engendradora. Contradicción absurda que diera asunto a las investigaciones de los que profesan escudriñar la naturaleza humana, sin dejar de ser natural y corriente. Mas cuando Bocaccio rendía homenaje al vicio con obras obscenas; cuando la reina de Navarra y Buenaventura Desperries enderezaban a los sentidos el habla seductora de sus cuentos eróticos; cuando el cura de Meudón y Bouchet le daban vuelo al pecado con su empuje irresistible; cuando las matronas graves, las niñas puras leían y aprendían a esos autores para citarlos sin empacho, se estaba ya desenvolviendo en las entrañas del porvenir el genio que luego había de dar al mundo la gran lección de moral que los hombres repiten sin cansarse.

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Averigüémonos bien: no afirmo que esas obras me disgustan por el desempeño, sino por su naturaleza. El género humano propende a la perfección, y cuando el polo de la carne con su enorme pesadumbre contrarresta al del espíritu, no hace sino trabajar por la madurez que requiere nuestra felicidad. Ahora, pues, el vulgo, animal de mil cabezas, de cuya jurisdicción no se escapan sino los hombres altamente distinguidos; el vulgo queda satisfecho con lo que ve, lo que toca, y no alcanza espíritus para arrancarse de su órbita mezquina y elevarse con el pensamiento a las regiones inmortales. Si el que las tiene de costumbre se escapa de la fisga, la ingratitud no le perdona; si no muere en la cruz, de día y de noche están en un tris de lapidarle sus más íntimos amigos. Plauto, Cervantes y Molière han hecho más contra las malas costumbres que todos los campeones cuya espada han sido la cólera o las lágrimas. Childe Harold se quiso reír también, y se rió: esto es como si se riera Ticio debajo del buitre que le despedaza y come las entrañas: la duda sepulcral, los remordimientos, las tinieblas no experimentan alegría: Conrado, el Giaur, Manfredo, simados en el crimen, no hacen traición con el semblante a las pasiones furibundas que les imprimen semejanza de hijos del abismo.

Childe Harold quiso una vez mostrarse picotero, saleroso, y quedó mal. Montaigne diría justamente lo contrario, esto es, que una línea de la prosa de Platón vale más que todos los versos de Petrarca. Otros dicen que evoca el olor de la patata cocida, la coliflor, la oliva negra, la mantequilla, el champiñón, el azufre, el ajo… Conviene sin duda; lo malo es que las más veces la tristeza carga de modo que ella es quien nos estrecha en términos de privarnos hasta del arbitrio de las lágrimas; y con todo, su adversaria no le cede una mínima el lugar: hambre, desnudez, enfermedades; perfidias de los amigos, injusticias de los poderosos, desengaños de todo linaje; inquietudes, quebrantos, desazones combaten por la tristeza al son de las campanas que acaso están doblando: haberes en su colmo, ambiciones llevadas a cima, amores coronados, venganzas satisfechas y otros soberbios paladines salen por la alegría: de la lucha resulta el equilibrio fuera del cual no pudiera vivir el hombre; y para mayor acierto en la disposición de las cosas, quiere la Providencia que los adalides se estén pasando sin cesar del uno al otro partido: el que hoy está alegre, mañana ha de estar triste; el que hoy está triste, mañana puede estar alegre, porque «el buen día siempre hace la cama al malo».

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